jueves, 16 de octubre de 2014

Mejorando la vida del paciente de Alzheimer


Pensar, razonar, recordar. Parecen aptitudes sencillas, y lo son para la mayoría de nosotros, que las llevamos a cabo de forma automática. Pero a medida que envejecemos aumentan las probabilidades de que aparezcan síntomas de un daño cerebral que puede interferir de forma decisiva en la vida diaria de quien lo sufre y de quienes le rodean. 

Las personas con Alzheimer, la forma más común de demencia entre los mayores, sufren un trastorno cerebral que les incapacita para llevar a cabo las tareas más sencillas. Lo que comienza como un problema de memoria termina afectando a otras capacidades cognitivas a medida que avanza la enfermedad, que se alza como una barrera que aísla al enfermo de su entorno, involucrando a la familia y a las personas encargadas de su cuidado.

Afrontar la enfermedad supone un desgaste físico y emocional para los que rodean al enfermo de Alzheimer, y en ellos recae la responsabilidad de procurar una vida más fácil y cómoda para todos, en un reto nada sencillo. Al tratarse normalmente de personas de cierta edad, el avance de la enfermedad afecta a su estabilidad, pues a la pérdida de visión, de equilibrio y de masa muscular, se unen los problemas que conlleva el Alzheimer. La forma de caminar de los enfermos se va modificando hasta hacerles apoyar el pie en bloque, la información que su cerebro recibe del suelo que pisa se ve alterada y su capacidad de explicarse se ve mermada.

Con todas estas dificultades, el enfermo es más propicio a padecer uñas encarnadas, rozaduras o ampollas, y también a sufrir accidentes como consecuencia de tropiezos y caídas. El calzado que utilice debería ser extremadamente cómodo y seguro, elegido con el asesoramiento del podólogo para que se adapte en exclusiva a su pisada, con el fin de reducir sobrecargas en pies y tobillos y aumentar su estabilidad.

La realidad de la enfermedad es abrumadora, pero es importante observar una actitud favorable y activa en la búsqueda de las soluciones que permitan mantener en lo posible la autonomía del paciente y, consecuentemente, su autoestima.

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